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domingo, 10 de octubre de 2010

Masitas con paté y abrazos llenos de cariño

Una visita a Luisa Valenzuela



Anochece en Buenos Aires. Bajo del taxi en la esquina de Juramento y Artilleros y camino veinte metros hasta la casa de Luisa Valenzuela. Ni bien toco el timbre, María abre la puerta y me hace pasar al living. Luisa llega al instante; viene desde el escritorio hablando por teléfono, pero eso no impide darnos un fuerte abrazo y algunos besos. Hace casi un año que no nos vemos, y en el medio ella tuvo un problema de salud; sin embargo está espléndida.
Mientras espero que termine la llamada miro los cuadros que cubren una pared, el mural que viste otra y los libros prolijamente ordenados en una biblioteca. La casa es tan original y encantadora como su dueña. “Era una fábrica y la transformé en esto”, dice ella haciendo a un lado el inalámbrico negro. Por una ventana inmensa entra el jardín, que se prolonga en el interior con algunas plantas y la jaula de los loros; y, a la derecha, el escritorio de Luisa, literalmente tapizado de libros, papeles, cuadros y objetos traídos de todo el mundo.
Cuando colgó el teléfono, Luisa pidió que nos trajeran “algo para tomar y un patecito”. Nos sentamos en el living, en esos sillones victorianos que eran de sus tíos y que ella adora. Y hablamos, hablamos mucho mientras ella me daba masitas con un paté riquísimo, una tras otra. Durante dos horas de conversación no dejamos casi nada sin decir. Ella recordó viejas Fiestas de las Letras (“cuando Manuel Puig recitaba imitando a Berta Singermann, y luego, al entrar el teatro, ella estaba diciendo el mismo poema, no podíamos aguantar la risa”, o “cuando el gordo Mosquera hizo el Juicio al lector, que fue divertidísimo”), de Norah Borges (“ahí, en ese cuadro, está mamá [la talentosísima Luisa Mercedes Levinson] tocando el arpa; en el escritorio hay un retrato que le hizo a mi hermana, y había uno mío que se ha perdido, seguramente porque no gustó demasiado”), de su madre, de amigos comunes (el genial Leopoldo Brizuela, que fue quien nos presentó hace años, Zilda Balsategui, Miroslav Scheuba), de la Feria del Libro de Frankfurt, porque faltaban dos días para que se fuera.
Durante la conversación le robé una fotografía. Digo que se la robé porque se la saqué en un momento que ella estaba distraída, riéndose de algo que yo le había contado, con una copa en la mano. Recién cuando disparó el flash Luisa se dio cuenta de mi propósito. Y volvió a reírse, recostada en el sillón.
Antes de irme de la casa, Luisa me regaló varios libros suyos. Los que yo no había leído, claro. Entre ellos estaba la primera edición de Aquí pasan cosas raras (De la Flor, 1975), Peligrosas palabras (Temas, 2001), y la mexicana de El mañana (Fondo de Cultura Económica, 2010) En todos escribió una cálida dedicatoria, pero quizás la más linda sea la que puso en el ejemplar que contiene sus ensayos: “Para Axel, abrazos llenos de cariño”.

A.D.M., Luisa Valenzuela y Nicolás Antonioli, en casa de L.V.