Clik en el ícono del parlante para apagar el audio.

lunes, 30 de abril de 2012

Palabras para un homenaje a Bioy

Lectura y relectura

Muchas veces un escritor nos lleva a otro. En mi caso, llegué a Adolfo Bioy Casares de la mano de su mujer, Silvina Ocampo. Fue en el otoño de 1998. Primero leí algunos cuentos; después, con La invención de Morel, entré de lleno en su obra.
Cuando pienso en Bioy como escritor, reconozco que tiene páginas memorables y otras que no lo son tanto. Lo he leído lo suficiente, desde el primer al último libro, como para hablar desde el punto de vista de lector. Y eso es lo que haré.
Bioy se avergonzaba de sus primeras publicaciones, y eso es casi una constante entre los escritores: se perdieron Las mollejas de Mujica Lainez, muchos poemas juveniles de Borges; y hasta Martín Kohan me dijo una vez que él era el primer interesado en hacer desaparecer sus primeras páginas. Pero volvamos a Bioy. Desde 1929 hasta 1937, publicó seis libros de los que después se arrepintió: Prólogo, Diecisiete disparos contra lo por venir, Caos, La nueva tormenta, La estatua casera y Luis Greve, muerto. A menudo escuché decir a Jovita Iglesias, su ama de llaves, que “cuando la gente se aburría en las sobremesas, el señor traía uno de sus primeros libros y leía algo al azar sin decir de dónde era; luego, mientras todo el mundo se reía a carcajadas, aprovechaba para salir corriendo a guardarlo en su lugar: la parte más alta de una de las alacenas de la cocina”. Este comentario se complementa con algo que me contó Alicia Jurado en su casa de Santa Fe y Ecuador -casa que fue de los Bioy en los ’40-: “Recuerdo que Papá le decía a Mamá que el pobre Doctor Bioy tenía un hijo a quien le daba por escribir y publicaba unos libros que nadie entendía; es verdad que los primeros eran incomprensibles; Adolfito era muy joven”.
Habiendo releído últimamente esos seis libros, llegué a la siguiente conclusión: el único meritorio es Luis Greve, muerto. Y digo esto porque el lector atento puede descubrir en los cuentos de ese volumen algunos rasgos de la que fue su escritura posterior: Bioy parece haberse desprendido de la influencia de los teóricos y filólogos españoles para adquirir una prosa más conversada, si se quiere, más cercana a la que trabajaría luego; está el humor, que tanto le gustaba y que atraviesa buena parte de sus trabajos; y aparece cierta influencia de la literatura fantástica que ya consumía con Silvina y con Borges.
Bioy decía que “para escribir bien hay que escribir mucho, hay que pensar, hay que imaginar, hay que leer en voz alta lo que uno escribe, hay que acertar, hay que equivocarse, hay que corregir las equivocaciones, hay que descartar lo que sale mal”. Esa idea fue la que lo llevó a escribir un libro casi perfecto como el que lo consagró: La invención de Morel, publicado cuando él tenía 26 años.
De La invención de Morel y las publicaciones posteriores se ha hablado mucho; incluso ha habido ensayos críticos sobre el tema y hasta versiones cinematográficas que presentan lo que podría tomarse como una relectura de la obra. Puedo decir, sin embargo, que tanto La invención… como los dos libros que siguieron (El perjurio de la nieve y Plan de evasión) fueron construidos de tal forma que poco quedó liberado a la imaginación del lector; Bioy comentó, en alguna entrevista, que eso era porque trabajó los textos como si fueran mecanismos de relojería: todo tenía que estar perfectamente puesto y nada podía quedar suelto para que la cosa funcionara bien.
Fue a partir de El sueño de los héroes -novela que le llevó unos cuantos años de trabajo y que era su preferida- cuando Bioy empezó a escribir como Bioy, con ese estilo característico suyo de escritura sencilla y apta para el diálogo autor-lector. Esto se mantuvo hasta entrados los años ’90, época en que, después de sortear no pocos malos momentos y problemas de salud, empezó a declinar. De ese momento datan, también, varios libros de conversaciones, y uno -lector curioso- advierte que Bioy fue mejor escritor que conversador. (Por supuesto que, si analizamos todas esas entrevistas reunidas en varios volúmenes encontraremos un montón de consejos, de comentarios de lecturas, de anécdotas; pero el verdadero diálogo con Bioy está en sus cuentos y en sus novelas, y hasta en aquel librito encantador, Memoria sobre la pampa y los gauchos, en que logra dar una imagen acertada, crítica y melancólica al mismo tiempo de este personaje típicamente criollo).
No puedo evitar, en esta instancia, referirme a los diarios de Adolfo Bioy Casares. En vida del autor se publicó uno solo, hasta donde yo sé: Unos días en Brasil. Fue una tirada reducida, de apenas cien ejemplares. Y el texto no es de los que más me gustan, porque creo que su imagen se contradice, un poco, con lo que nos deja ver en esas páginas. Ahora, creo que la verdadera distorsión empieza con Descanso de caminantes y Borges; pero no sé hasta dónde fue obra de él y hasta dónde no…
Para terminar, voy a contarles algo más. Hace unos días saqué de una de las bibliotecas de mi casa Adolfo Bioy Casares a la hora de escribir. Mi ejemplar había sido de Alicia Jurado, y de ella lo recibí poco antes de su muerte, con unas marcas en tinta azul que indican los pasajes que más le interesaban. (A esas llaves, a esos subrayados, se han sumado los míos, hechos a lápiz). Lo abrí al azar, y encontré esta frase de Bioy remarcada por mi inolvidable amiga: “Creo que los lectores salen siempre favorecidos cuando uno escribe con gusto”. Me quedé pensando un momento, y comprendí que tenía razón. Quizás por eso mismo vuelvo a Bioy continuamente, en una lectura y relectura constante.


(Palabras para un homenaje a Bioy en la Feria del Libro de Buenos Aires, 2012)