Clik en el ícono del parlante para apagar el audio.

lunes, 19 de julio de 2010

Instantánea


Siempre me interesó la fotografía. Sin embargo, pocas veces me he dejado retratar. Juliana Orhuela me tomó esta instantánea una tarde, en la Biblioteca, mientras yo conversaba con Leo Brizuela.

domingo, 4 de julio de 2010

“Borges fue el ser más inteligente y divertido que conocí” Alicia Jurado



La escritora Alicia Jurado, primera biógrafa y amiga personal de Jorge Luis Borges, recuerda al autor de Ficciones.

ADM: - ¿Cuándo y cómo conoció a Borges?


AJ - Conocí a Borges en 1954. Desde entonces y hasta su muerte fuimos muy amigos. Recuerdo haberle leído muchas horas, sobre todo los autores ingleses que prefería; tal vez me usó para leerle en inglés porque desde muy chica hablo ese idioma. No sólo fue Borges el ser más inteligente que conocí, sino el más divertido; con nadie me he reído más.


ADM: - ¿Qué significó, tanto en su vida personal como en su carrera literaria haber sido la primera biógrafa de Jorge Luis Borges?


AJ: - Fui su primera biógrafa porque Pepe Bianco dirigía la colección Genio y Figura para EUDEBA y me lo encargó. Yo era amiga de él [de Borges] y de su madre, que me dio casi todos los datos sobre sus hijos. También conocí a Norah, de quien tengo un cuadro y un retrato mío, y a su marido, Guillermo de Torre. Ser su primera biógrafa no es tan importante como mi larga relación con él. Como escritora, le debo tanto a su enseñanza de claridad y de economía verbal; y en lo personal, se convirtió en una costumbre muy grata que ahora añoro.


ADM: - Usted dice que lo más importante fue su relación con Borges, ¿cómo fue esa relación?


AJ: - Comíamos muchas veces juntos, en restaurantes o en mi casa. Yo iba a la suya a tomar el té con Leonorcita [Leonor Acevedo de Borges] y él solía llegar después. Lo acompañé a muchísimas conferencias suyas y durante dos años seguidos fui a sus cursos de Literatura Inglesa en la Facultad de Filosofía. Lo acompañé en varios viajes a provincias argentinas…


ADM: - ¿Cuáles fueron las principales dificultades que contó al escribir la primera biografía del escritor?


AJ: - Dificultades no hubo: la madre me contaba tanto. El, no: decía que era el tema que menos le interesaba. En esa época (1964) Borges era muy conocido entre los escritores, pero combatido por motivos políticos. Los peronistas entonces eran en su mayor parte analfabetos, pero la izquierda, más instruida, lo criticaba por no estar comprometido en la causa de ellos. Hoy nadie se anima a cuestionarlo. Mi biografía fue por esto un poco polémica.


ADM: - Hábleme, por favor, Alicia, de su colaboración con Borges en la escritura del libro ¿Qué es el budismo?


AJ: - Ambos nos habíamos interesado por el tema mucho antes de que la editorial pidiera el libro. Cuando Borges me visitó en mi estancia [Estancia “El Retiro”, en Tapalqué] con su madre empezábamos a escribirlo; por eso las referencias a Heráclito y Gautama en el poema que me dejó en el álbum de visitas, dictado a su madre. El poema se publicó en La Rosa Profunda con el título de “Estancia «El Retiro»”. Después hubo un largo intervalo en que no quiso seguir trabajando, hasta que se resolvió a retomarlo y se publicó. Como explico en el prólogo, él lo redactó y yo hice el trabajo de investigación y lectura.


ADM: - Para terminar, me gustaría qué me cuente cómo recuerda hoy a Borges.


AJ: - Leo a menudo sus poemas y al hacerlo oigo su voz. A veces sueño con él. Lo que más me aflige es no poder hablarle por teléfono para preguntarle algo, porque en materia de humanidades podía responderme siempre.



sábado, 3 de julio de 2010

Prólogo del libro sobre Victoria Ocampo y la India, por China Zorrilla

Conocí a Victoria Ocampo en Mar del Plata. Yo estaba haciendo una obra allá y en un momento, antes de que empezara la función (yo estaba en el camarín, todavía) se sintió que algo pasaba en la sala: había entrado Victoria, que no pasaba desapercibida así nomás: medía un metro con setenta centímetros y, aunque tenía casi ochenta años, seguía siendo una mujer espléndida.
Después que terminó todo, yo esperaba que me fuera a saludar, que me dijera algo. Pero no, no fue; ni bolilla… Sin embargo, al día siguiente me mandó una carta donde ponderaba mucho lo que había visto la noche anterior y me pedía que fuera a tomar el te a su casa.
Cuando llegué a Villa Victoria, me estaba esperando. Tomamos el té en el comedor y hablamos muchísimo. Ahí, durante esa conversación, descubrimos que teníamos muchas cosas en común: Victoria tenía cinco hermanas y yo cuatro; las dos hablábamos perfectamente el francés porque habíamos pasado parte de nuestra infancia en París; las dos amábamos el teatro (Victoria quiso ser actriz, pero la familia no se lo permitió); y las dos admirábamos incondicionalmente a Gandhi.
Desde esa tarde, en Mar del Plata, nos vimos con frecuencia hasta su muerte. En esas visitas, Victoria no dejaba de sorprenderme: ¡me hablaba de Gandhi y de Tagore con el mismo entusiasmo que recitaba Phèdre o me decía que el galán de la novela de la tarde no sabía besar o me daba detalles del safari que hacía para conseguir las medialunas que le gustaban! Porque Victoria Ocampo tenía ese “algo” que le permitía pasar de ser una escritora cultísima a una comadre de barrio sin que se le moviera un solo pelo. Y esa fue la Victoria que yo conocí.
El día que Victoria murió yo estaba en Montevideo. Me acuerdo que estaba sola, en la vereda de una confitería, y compré La Nación para ver qué pasaba en Buenos Aires. Al abrirlo leí que había muerto Victoria Ocampo y me puse a llorar. Lloraba como loca; la gente me preguntaba si estaba bien y yo ni siquiera podía contestar. Ahí me di cuenta de cuánto la quería a Victoria y de que habíamos sido realmente amigas.
Hoy, a treinta años de la muerte de Victoria, creo que no hay nadie que se le parezca. Por eso cuando Axel me leyó este trabajo, me dio la impresión de reencontrar esa Victoria que conocí y que decía que era ciudadana de esa India que nunca había pisado pero que tanto quería por lo que habían significado en su vida Tagore, Gandhi y Nehru.


China Zorrilla

"Borges es el único escritor verdaderamente grande" - Entrevista a Leopoldo Brizuela

Jorge Luis Borges fotografiado por Bioy Casares
(Colección particular de A.D.M.)


“Borges es el único escritor verdaderamente grande”

Leopoldo Brizuela, uno de los grandes escritores argentinos contemporáneos, con su particular estilo nos habla de la literatura argentina posterior a Jorge Luis Borges y de la influencia borgeana en las actuales generaciones de escritores.

- ¿Puede establecerse un antes y un después en la literatura argentina a partir de Borges?.

- Sin duda. Su uso de la lengua. En un proceso lento y trabajoso, consiguió llevar a la literatura escrita una entonación, un fraseo, una sintaxis que rompen claramente con el español de España, sin necesidad de impostaciones ni abusar de localismos. Todos escribimos en esa lengua, se lo confiese o no; a lo sumo, seguimos creando en esa lengua, modificándola.

- ¿Existe algún tipo de influencia borgeana en los actuales escritores argentinos?.

- Muchísima. Borges puede ser detectado por presencia -en el uso de la lengua del que acabo de hablar, en cierto fuerte matiz “teórico” de las ficciones, etcétera, incluso (menos, desafortunadamente, porque creo que lo mejor de Borges está en la crítica breve y en las hipótesis geniales que dice así como al pasar) en ciertas temáticas- o por ausencia, digamos, en aquellos que escriben “para no ser Borges”, usando el catálogo de lo que quedó afuera.

- ¿Puede decirse que la nueva generación de escritores tiene temor de que la temática o el estilo de sus obras se asocien con las de Borges?.

- Sí, claro. Por un lado, ciertos escritores sienten su enorme peso como algo asfixiante. Por otro lado, mucho menos comprensiblemente, y por razones que sería ocioso explicar aquí, avergüenza la vinculación con Borges, porque es, internacionalmente e institucionalmente, el único escritor verdaderamente grande, y la gente prefiere el papel de transgresor mediocre al de aplicado discípulo, por creativo que éste sea. Son modas, creo. No podemos decir que quedará.

- ¿Cómo definirías la literatura argentina posterior a Jorge Luis Borges?.

- Con una sola palabra: argentina.

Axel Díaz Maimone



Borges en imágenes por Axel Díaz Maimone


Parado frente a una de las bibliotecas de mi casa, miro las fotografías que comparten estante con los libros: Victoria Ocampo eternamente joven y espléndida, con un sombrero de fieltro y un collar de perlas; Silvina Ocampo en su escritorio, apenas sonriente; los Bioy en la playa de Mar del Plata, cuando escribían Los que aman odian; Adolfo Bioy Casares, en varias etapas de su vida y en distintos lugares; Manuel Mujica Lainez, con su monóculo y sombrero inglés; Borges, a principios de los años ’60, en una foto que le sacó Bioy; Borges, en el living de su casa, acompañado por Alicia Jurado; Alicia y Borges, el día de la incorporación académica de la escritora… Me detengo ante estas últimas imágenes y recuerdo las palabras de María Esther Vázquez: “Adolfito [Bioy Casares] decía que era muy difícil fotografiar a Borges porque cuando sabía que tenía que posar se acomodaba el pelo, fruncía los labios y se ponía tenso e inexpresivo”.
Sostengo en mis manos la foto de Bioy. Borges, serio, de riguroso traje oscuro y camisa clara parece mirar algo que escapa al contexto de la imagen. Pienso que tal vez podría haber estado atento a una conversación (¿con el padre de Bioy, con Silvina, con alguna de las personas que solían cenar en casa de los Bioy?), y que al advertir la presencia de su amigo, posó para la fotografía tal como me dijo María Esther.
Devuelvo la imagen a su lugar y agarro otra. La instantánea fue tomada en el living del departamento de Borges, a fines de 1975. Doña Leonor había muerto meses antes, y el poeta -que vivía con Fani, la mucama- pasaba largas horas en compañía de sus amigos. Sentados en un sillón, Alicia y Borges conversan y parecen no haberse dado cuenta de que los fotografiaban. En el revés de la cartulina, segundos antes de dármela, Alicia escribió: “Guardo, no sin melancolía, la imagen de aquel hombre solitario en su noche sin fin”; son las últimas palabras de un poema que le escribió a Borges cuando se cumplieron veinte años de su muerte y que conservo junto a escritos que ella me ha regalado y a las tantas cartas que hemos cruzado desde hace tiempo hasta la actualidad.
Una última fotografía, de 1981, muestra al autor de Ficciones conversando con Alicia, esta vez en la Academia de Letras. Fue sacada después del acto en el cual se presentó a la escritora como sucesora de Victoria Ocampo en la Institución. Ese día, Borges la recibió con un emotivo discurso, y ella lo agradeció y leyó unas páginas de homenaje a Victoria en las que ahondaba en su labor literaria.
Estas tres imágenes de Borges me han acompañado durante años. Las recibí de manos de personas cuya amistad valoro sobremanera y forman parte de esos tesoros personales que ningún ladrón se atrevería a llevarse (sí, gozan de ese privilegio; por eso espero que sigan a mi lado hasta el final)

Axel Díaz Maimone

Borges y Victoria Ocampo por Axel Díaz Maimone


Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges se conocieron en 1925, a través de Ricardo Güiraldes. Según contaba la madre de Borges, eso fue cuando su hijo habló sobre “El idioma de los argentinos”, y al día siguiente recibió una carta de V.O. donde lo felicitaba por su conferencia y le pedía que la recibiera para conversar sobre el tema. Así, surgió entre ellos una amistad que contempló ciertos roces o asperezas.
Cinco años después, cuando Victoria Ocampo decidió fundar la Revista SUR por consejo de Waldo Frank, Borges estuvo a su lado. Borges fue un hombre de SUR, pese a que no le gustaba que lo llamaran así; estuvo en el consejo de redacción de la Revista desde que se fundó, y colaboró en sus páginas hasta el final. SUR fue la única publicación que homenajeó a Borges con un número especial cuando la Comisión de Cultura le negó el Premio Nacional de 1941 por El jardín de senderos que se bifurcan. Y gracias a las gestiones de Roger Caillos, que pasó en Argentina la II Guerra Mundial como huésped de SUR y tradujo los cuentos de Ficciones, Borges fue conocido en toda Europa.
Diálogo con Borges
En varios de sus Testimonios y en muchas páginas de SUR y de los principales diarios y revistas del país y del exterior Victoria Ocampo habló de Borges. Pero, quizás, el mejor reconocimiento que Victoria le dio al poeta fue Diálogo con Borges; con ese libro le demostró su amistad y su admiración.
La conversación entre Victoria y Borges, a medida que van pasando las páginas del álbum fotográfico que Leonor Acevedo de Borges le prestó a Victoria y que ellos comparten con el lector, es interesante y reveladora. Gracias a Victoria descubrimos un Borges distinto del que aparece en los libros de entrevistas (el Borges que habló con Victoria una tarde de 1967 en San Isidro solo es comparable con el que nos ofrece María Esther Vázquez en sus diálogos). Aquí, el autor de El Aleph da rienda suelta a sus recuerdos, habla de sus antepasados, de sus padres y de su hermana, de su vida, de los lugares que quiere. Como sentenció Bioy Casares, Diálogo con Borges es “un libro valioso, además de divertido” .
Manuel Mujica Lainez, amigo de Borges y de Victoria Ocampo, fue el encargado de presentar el libro. En el acto, Mujica dijo: “Es como si los diversos personajes que en el libro figuran y los dos conversadores fuesen contemporáneos entre sí y estuviesen situados, simultáneamente, en un aire, más allá de los días que convoca para la historia, en pie de igualdad, a seres cuyas existencias y cuyos pensamientos se vinculan con lo profundo del alma argentina. […] Aunque Victoria se ha empeñado en despojar al libro de intimidad y en hacer de él un testimonio lo más objetivo posible, advertimos, al ir de una página a la otra, el calor y el resplandor que brotan de los sentimientos hondos. […] No hay duda de que el libro que hoy se lanza proclama, escuetamente, sencillamente, la madurez de la literatura argentina, pues una literatura que solicita, que exige la aparición de textos como los que comentamos, reclamados por el público, ansioso de saber más y más acerca de sus escritores, ha logrado una calidad
equiparable a la que distingue en los países de alta tradición cultural, al mundo del espíritu”.
Victoria corrige a Borges
A mediados de la década de 1960, Jean de Milleret entrevistó al autor de Ficciones y luego publicó esas conversaciones bajo el título de Entretiens avec Jorge Luis Borges (Belfond, París, 1967). Nuestro escritor dijo unas cuantas inexactitudes, en lo que a SUR se refiere, y Victoria no las dejó pasar. Enseguida le pidió que corrigiera las erratas, para luego olvidarse del tema. Y cuando apareció la edición española del libro (Monte Ávila, Caracas, 1970) volvió a encresparse al comprobar, horrorizada, que nadie había tenido en cuenta sus observaciones.
Desde Mar del Plata le escribió a María Renée Cura, su gran amiga: “Querida Miné: […] No sé si viste en La Nación (suplemento) del 6 de febrero una nota sobre las Entrevistas de Borges – Milleret, traducidas y publicadas en español en Caracas. Aquí no las habían querido publicar por las cosas hirientes (gratuitamente) que Borges y Milleret se ingeniaron en juntar en ese libro. // Me resultó muy indignante volver a leerlas en español y resolví contestarlas. […] ¿Por qué hará perradas así? Vivimos en planos tan distintos que no se explica. Él no tiene motivos para sentir rivalidad con nadie y menos conmigo, que estoy como dije en otro plano. Además no debe apreciar nada de lo que yo escribo… (si es que lo leyó alguna vez, cosa dudosa)” .
La sinceridad de la carta de Victoria se pone de manifiesto en “Fe de erratas” (Testimonios, novena serie), la nota que envió a La Nación corrigiendo los dichos de Borges. Allí habla con tal simpleza que cualquier persona se hubiera puesto de su lado. Y no duda en largar algunos dardos, con puntería certera, contra Borges y sus declaraciones. Esa nota fue un desahogo y, al mismo tiempo, un acto de justicia.
Una callada amistad
En las muchas páginas que Victoria le dedicó a Borges, siempre valoró su talento, su inteligencia, sus méritos. Para ella, Borges era Borges; nunca lo llamó por su nombre ni lo tuteó, pero lo sentía su amigo. Quizás basten dos citas para ejemplificarlo: la primera (leída hace mucho en una separata de SUR que se ha perdido en mi biblioteca) dice “Lo admira, su amiga Victoria Ocampo”; la segunda: “A Borges le llevo una ventaja: lo conozco. La recíproca es improbable. Lo admiro. La recíproca es impensable” (Testimonios, novena serie).
Borges, que habló de Victoria en contadas ocasiones, dijo con motivo de su muerte: “Personalmente, le debo mucho a Victoria Ocampo. Pero le debo mucho más como argentino”. Esa declaración, publicada en La Nación en febrero de 1979, se complementa con otra que apareció en La Prensa unos meses después, que terminaba diciendo que en el momento de la muerte de Victoria Ocampo, se había dado cuenta de lo que ella había significado en su vida y que, a partir de entonces, había empezado entre ellos una “callada y verdadera amistad
1-Carta de A.B.C. a V.O. fechada en Mar del Plata el 15 de marzo de 1969
2-Mujica Lainez, Mauel: Páginas de Manuel Mujica Lainez seleccionadas por el autor. Editorial Celtia, Buenos Aires, 1983. Pág. 120-122
3-Carta de V.O. a M.R.C. reproducida en Victoria Ocampo, de Patricio Loizaga. Ediciones Larivière, Buenos Aires, 2003. Pág. 86


Por: Axle Díaz Maimone

Bioy y Pardo. Por: Axel Díaz Maimone





Adolfo Bioy Casares, que en realidad se llamaba Adolfo Vicente Perfecto Bioy Casares, nació en Buenos Aires el 15 de septiembre de 1914. Sin embargo, pese a haber nacido en la ciudad, estuvo siempre en contacto con el Rincón Viejo, que fue escenario de su primer recuerdo: cuando “Adolfito” tenía alrededor de tres años cuando alguien le dijo que si miraba la Luna vería en ella un hombre con un burrito; entonces salió al patio de la estancia, acompañado por su padre, y miró largamente el iluminado satélite hasta que descubrió las siluetas.
Unos años después de ese primer recuerdo, entre fines de la década de 1910 y principios de la de 1920, la madre de “Adolfito” convenció a su esposo para que arrendara el campo a un viejo capataz de don Juan Bautista Bioy. Perder la estancia, para el chico, significó una tristeza profundísima. Era el lugar que más quería en el mundo. Y aunque pasaban largas temporadas en San Martín, el campo de los Casares en Cañuelas, no era lo mismo ni para Adolfo ni para “Adolfito”.
La desolación de no tener el Rincón Viejo acompañó a Bioy Casares por espacio de quince años, durante los cuales cursó sus estudios primarios y secundarios, empezó y abandonó las carreras de Derecho y Letras en la Universidad de Buenos Aires, escribió sus primeros libros y conoció a Borges y a Silvina Ocampo. Por eso, cuando en 1935 el contrato de arrendamiento llegó a su fin, el joven escritor pidió a su padre que lo dejara administrar la estancia. Y, como consiguió su propósito, se mudó al campo.
“Adolfito”, según contaba él mismo y quienes lo conocieron, fue un pésimo administrador. De no haber sido por la presencia de Oscar Pardo, que era quien manejaba realmente la administración de la estancia, el Rincón Viejo habría desaparecido. Porque Bioy, aunque adoraba el lugar, no tenía demasiados conocimientos.
A poco tiempo de haberse instalado en Pardo, Bioy Casares llevó para allá a su novia, Silvina Ocampo. Con Silvina, que era once años mayor, vivieron en concubinato en el Rincón Viejo unos cinco años. Me ha dicho Alicia Jurado que “en esa época, Adolfito y Silvina eran la comidilla de la gente de Pardo; todo el mundo hablaba de ellos”. Sin embargo, a ninguno de los dos le importaba; eran felices así.
Durante los primeros años de vida en común, Adolfo y Silvina mejoraron notablemente la casa, la volvieron a poner en condiciones habitables y agregaron unas deliciosas estatuas en la galería. En un diálogo con Noemí Ulla, Silvina contó: “Íbamos a visitar a Borges en Adrogué y me fascinaban las estatuas de una casa que tenía en cada ángulo como cuatro nichos, es decir, cuatro lugares que parecía que habían sido edificados para las cuatro estaciones. Cada vez parecía más abandonada la casa y habían empezado a destruir la tunica del Invierno para hacer pedregullo. […] A un hombre que trabajaba en casa de los padres de mi marido, un italiano muy resuelto que sabía tratar a la gente y convencerla, le pedimos que fuera a ofrecer lo que se le ocurriera por las estatuas. Fue, y en seguida aceptaron, creían que no valían nada. Yo estaba en el campo y las trajeron en unos cajones, bastante destruidas; la del Invierno sin cabeza, a otra le faltaba un brazo. Yo hice una cabeza con material que había en la casa del campo, porque estaban refaccionando. Nunca supe qué material era, durísimo. Le hice una cabeza más grande; parecía una escultura de otra época y eso le daba más fuerza, como esas de Chartres, muy ingenuas y muy antiguas; había contraste con las otras, tan minuciosas y chiquitas”.1 También repusieron muchos árboles, compraron ganado, y, con la ayuda de Oscar Pardo, reflotaron el Rincón Viejo.
Después de casi cinco años en Pardo, los Bioy se volvieron a Buenos Aires. Desde entonces, alternarían entre la gran ciudad, las playas de Mar del Plata y el campo. Prácticamente podría decirse que vivían en Buenos Aires de abril a noviembre, y que antes de ir al balneario, o al volver de él, pasaban unas semanas en Pardo.
Según el relato de Jovita Iglesias, el ama de llaves de Bioy y Silvina durante cincuenta años, cuando los Bioy se disponían a partir para el campo, Silvina se sentaba en un sillón de la sala y pedía que la dejaran sola; aparentemente rezaba. Como Bioy ya estaba listo para salir y Silvina no dejaba el sillón, él se ponía nervioso y la gritaba, y recién ahí podían arrancar.
En el campo, los Bioy se levantaban temprano, desayunaban y salían a caminar o a cabalgar. Volvían al casco y se sentaban a leer o a escribir, “Adolfito” en el escritorio y Silvina en la galería. Almorzaban, dormían la siesta, tomaban el te, y salían a caminar otra vez y a la tardecita Bioy volvía al escritorio y Silvina se acostaba a escribir o a pintar. Por la noche, después de cenar, jugaban al truco en el comedor, hasta la madrugada.
Los primeros libros de Bioy
Adolfo Bioy Casares escribió su primer cuento, “Iris y Margarita”, a los nueve años. Esa ficción, elaborada para enamorar a una prima, marca el comienzo de su carrera literaria: a partir de entonces, no dejaría de escribir.
En 1929, cuatro años después de haber escrito sus primeras páginas, Bioy publicó un libro misceláneo que tituló Prólogo. Con el paso del tiempo, el escritor se avergonzó de ese libro, pero nunca dejó de agradecerle a su padre las acertadas correcciones y la edición del volumen. Lo mismo ocurrió con todas las publicaciones anteriores a La invención de Morel: Diecisiete disparos contra lo porvenir (1933), Caos (1934), La nueva tormenta o la vida múltiple de Juan Ruteno (1935), La estatua casera (1936) y Luis Greve, muerto (1937).
Han quedado unas cuantas anécdotas referidas a esos primeros libros de Bioy. Transcribo aquí dos, que me contaron en distintos momentos Jovita Iglesias y Alicia Jurado. Jovita leyó en Rincón Viejo las primeras publicaciones de Bioy Casares, y rememora: “cada vez que el señor Adolfito me veía leyendo eso me decía «Jova, dejá esas porquerías», pero a mí me divertían y seguía leyéndolos”. Alicia, por su parte, recuerda: “Cuando Adolfito publicó los primeros libros, Papá le decía a Mamá: «¡Pobre doctor Bioy! Tiene un hijo al que le da por escribir y publica unos libros que no entiende nadie» Es cierto que eran incomprensibles; Adolfito era muy joven”.
H. Bustos Domecq
Hacia 1937 empezaron las colaboraciones de Borges y Bioy. Miguel Casares, uno de los dueños de la Lechería La Martona, le había pedido a su Adolfo un folleto sobre las bondades del yogur, y éste le propuso a Borges escribirlo juntos.
Bioy Casares invitó a Borges al Rincón Viejo, para poder trabajar cómodamente y sin interrupciones. Viajaron a la estancia, y pasaron una semana allá, escribiendo. Alternaban la redacción del folleto con otros proyectos literarios: un soneto y un cuento. Y justamente con ese folleto, ese soneto y ese cuento, nació Honorio Bustos Domecq, un autor que no se parece en nada a las obras individuales de Borges y Bioy, y que, como ya se ha dicho, lleva los apellidos de los bisabuelos de sus creadores.
El primer libro de Bustos Domecq, Seis problemas para don Isidro Parodi, fue publicado por SUR en 1942. A esos cuentos le siguieron otras trabajos en colaboración: más cuentos, traducciones, y dos guiones cinematográficos, que fueron escritos tanto en Buenos Aires como en Pardo y Mar del Plata a lo largo de cuatro décadas.
Silvina empieza a escribir
A mediados de los años ’30, y por consejo de Bioy, Silvina Ocampo empezó a escribir. Pero dedicarse a la literatura implicó un cierto alejamiento de la plástica, porque ella, para entonces, ya era una pintora reconocida (había estudiado con Giorgio De Chirico, y frecuentó el taller de Fernand Léger). Y a Bioy le dolió: él quería que Silvina escribiera y que no descuidara la pintura.
Los primeros textos de Silvina Ocampo datan de la época de su llegada a Pardo. De esos años son sus primeros cuentos, que tienen un gran caudal anecdótico, sobre todo, de recuerdos de la infancia propia. Viaje olvidado, el primer libro de Silvina, publicado en 1937, reúne varios de esos trabajos; en ellos se advierten ya varios de los temas que marcarían la producción de la escritora: la presencia de los niños, la fascinación por la crueldad, esas descripciones que hacen que el lector se sienta parte del relato, el gusto por la comida y la botánica…
Silvina escribió mucho en Rincón Viejo. Una gran cantidad de sus obras -tanto éditas como inéditas- fueron escritas allá; y no pocas la tienen como escenario. A su vez, en sus cuentos y poemas, la zona cercana al campo de los Bioy aparece con frecuencia.
Casamiento en Las Flores
A fines de la década de 1930, “Adolfito” y Silvina decidieron casarse después de cinco años de vida en común. Según María Esther Vázquez, fue el Doctor Bioy quien le dijo un día a su hijo “¿por qué no se dejan de pavadas y se casan?”. Lo cierto es que la mañana del 15 de enero de 1940, “Adolfito” le anunció a Oscar Pardo que se preparara porque con Silvina se iban a casar, y el administrador, que entendió cazar, apareció enseguida con las escopetas.
Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo contrajeron matrimonio en Las Flores el 15 de enero de 1940. Primero tuvo lugar la ceremonia civil, con Jorge Luis Borges y Enrique Drago Mitre como testigos; y luego la religiosa, en la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen, cuyos padrinos fueron el Doctor Bioy y Angélica Ocampo, la hermana preferida de Silvina. He visto las actas de matrimonio -gracias a Lucila Beaudoin, Nora Genaro y el Padre Guillermo Di Pasquale- y en ninguna de ellas aparece el nombre de Oscar Pardo, a quien Bioy menciona como testigo de su matrimonio en las Memorias.
María Esther Vázquez recuerda que Silvina mandó dos telegramas participando de su casamiento: a Pepe Bianco le escribió “Beaucoup de mairie, beaucoup d’eglise. Don’t tell anybodini. What verano” [Mucho Registro Civil, mucha Iglesia. No se lo digas a nadie. Qué verano]; mientras que a sus hermanas Victoria, Francisca y Rosa les mandó apenas “Caséme con Adolfito. Besos. Silvina”. Seguramente, la brevedad del telegrama habrá hecho pensar a las Ocampo que la tacañería de Silvina seguía intacta.
La invención de Morel
Después de seis libros de los cuales se arrepintió, Bioy entrevió en el Rincón Viejo el argumento para una nueva novela: La invención de Morel. Tres años le llevó escribir la historia del fugitivo que llega a una isla huyendo de una condena, y se encuentra con un grupo de personas entre las que se destaca una joven que lo enamora pese a que no cruzaron ni una palabra; mueve todos los medios a su alcance para conquistarla hasta que descubre que es una proyección, entonces él mismo se graba en una cinta junto a ella, sabiendo que morirá pero que es la única forma de permanecer juntos, inmortales, en el rollo de la máquina.
Bioy Casares, desde el escritorio de la estancia, se adelantó en muchos años a la invención de la televisión. Y cuando terminó el manuscrito y se lo mostró a Borges, éste lo consideró perfecto.
La invención de Morel apareció en 1940. El libro está dedicado a Jorge Luis Borges, que le hizo un prólogo memorable, y tiene en la tapa un dibujo de Norah Borges. Fue la primera gran obra de Bioy, y por ella recibió el Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires en 1941
Un lugar en el mundo
Adolfo Bioy Casares solía decir que la estancia Rincón Viejo era su lugar en el mundo. Allí escribió lo mejor de su obra: La invención de Morel, El sueño de los héroes y Memoria sobre la pampa y los gauchos, entre otras páginas memorables; y allí pasó muchos de los momentos más agradables de su vida. Y cuando ya su salud le impedía ir al campo y disfrutar como antaño, bastaba que le mencionaran el nombre del Rincón Viejo para que se le quebrara la voz y se le llenaran los ojos de lágrimas. Quizás fue ese el motivo por el cual, para su último cumpleaños, la gente del restaurant Lola le hizo grabar en un plato las palabras que él solía usar cuando hablaba del campo: “Para mi padre, que nació allá, y para mí, que hubiera querido nacer allá, fue siempre el pedazo más querido de la Patria”.



Axel Díaz Maimone

Victoria Ocampo y R. Tagore

Centro Cultural San Martin- 28 de noviembre 2009
El Embajador Vishwanathan y Díaz Maimone















El disertante Axel Eduardo Díaz Maimone

Seminario : Victoria Ocampo y la India en Villa Ocampo

Clik en el silide principal para apagar el sonido y poder escuchar estos videos
Video 1 en Villa Ocampo


Video 2 en Villa ocampo